miércoles, 4 de agosto de 2010

“ESTA ES UNA RESISTENCIA, NO UNA MATANZA”

Por Aurelia Romero y Cordero

Los presencia de grupos Skinhead en el Ecuador está creciendo. Los medios han tratado el tema como observadores externos pero, ¿qué es lo que piensan ellos?

“Era un niño. Tenía 16 años y la cara partida, llena de sangre, caído. En ese momento supe que tenía que tomar una decisión: sentirme culpable, o ver en ese rostro el de la justicia. Escogí lo segundo y aquí estoy”.

Miguel sonríe, pero su mirada se mantiene perdida. Es martes, el penúltimo del mes de julio, y el sol de media tarde hace que sus ojos cafés se vuelvan de color miel. Sentado en las gradas de cemento, por fuera de las mallas, lo rodean veredas de adoquines rojos, amarillos y grises. Tras ellas, hay pinos gigantes, de troncos gruesos. Miden entre 25 y 30 metros cada uno. Junto a ellos, hay árboles sembrados hace pocos meses, formando el conocido Parque Inglés, en el sector de San Carlos al norte de la ciudad.

Miguel tiene 23 años y su nombre es el mismo del arcángel vengador de la Biblia. Se aclara la garganta. Recuerda cómo ingresó al grupo Espíritu del 69, una de las legiones Skinheads de Quito. Los Skinheads son tribus urbanas que buscan un cambio dentro de la sociedad. Sus seguidores afirman que los gays y prostitutas, por ejemplo, son plagas sociales.

Miguel continúa hablando. Su voz es gruesa. Hace cuatro años estuvo en esa calle de la que habla, pero los recuerdos de esa noche, según dice, viven en él tan claramente como si los hubiese vivido hace un par de horas.

Esa noche, la luz de su celular le mostró en números grandes que eran las 10 pm. Aún había que esperar un poco más. Explica que este era el momento más importante de su vida. “Era mi liberación: un yo que actúa, no que se conforma”. Miguel hace una pausa. El viento corre y él se cierra su chaqueta negra, con capucha y el dibujo de una esvástica roja en la espalda.

“No sé cómo dieron las 12 pm. Me temblaba el cuerpo pero pude controlarlo. Saqué el bate y caminé hacia el parque”. La noche era fría, no había nadie cerca, aparte de los tres muchachos que estaban con Miguel. Pero ellos esperaron, mirando de lejos a Miguel. “Me acerqué a él, pero no se dio cuenta”. Nunca olvidará a ese hombre. Tendría unos 35 años. Vestía camisa celeste y pantalón habano. Cabello cano, alguna vez fue negro. Mestizo, panzón, pequeño.

“Para cuando me vio ya era muy tarde. Intentó gritar pero el primer golpe lo dejó en el piso sin aire. Entonces solo seguí. No pensaba en nada, no me fijaba en nada. Solo estaba ahí, golpeándolo”.


La noche estaba callada, solo se escuchaban las risas de sus tres amigos, la respiración agitada de Miguel, los golpes secos del bate, la sangre fluyendo. Los pinos hacían sombra sobre la escena, la luna se escondía entre las nubes. El viento soplaba. “Me pareció que estuve allí durante horas, pero fueron solo unos pocos minutos. El dolor de mis brazos me hizo parar. Y entonces lo vi. Vi su rostro lleno de sangre, en el suelo. Eso fue todo”.

Miguel decidió convertirse en un Skinhead un día a mediados de septiembre del 2006. Decidió dedicar su vida a “limpiar la sociedad, librarla de todos esos delincuentes, asesinos y abusivos. Ese del parque fue el primero. Era un violador conocido, pero como no había pruebas no lo detenían. Había violado a 10 niñas del sector del Beaterio, en el Sur. Por eso era justo. Porque alguien tenía que cortar la libertad de hacer daño que le dio un sistema corrupto, podrido”. Mientras habla, levanta las cejas, gesticula, mueve las manos. La capucha cubre su cabeza rapada.

“Somos la resistencia a conformarnos con decir que no podemos cambiar la realidad. Somos la demostración de que es la sociedad la que debe actuar por su propio beneficio”.

Son las seis de la tarde y pocas las personas pasan por el parque. Con la caída del sol, las sombras de los árboles crecen. Una señora ve hacia las canchas: observa a un grupo de jóvenes, entre 6 y 7, conversando.

Todos visten de negro. Todos llevan botas. Todos están sentados. Ella desvía la mirada y camina más rápido, en dirección opuesta a la cancha. La voz de Juan Pablo, amigo y compañero de Miguel, rompe el silencio incómodo. “Nos tienen miedo. Creen que somos delincuentes comunes. Pero no tienen idea,”. Su voz suena como el hacha al cortar madera: tajante.

En el cuarto de Juan Pablo las paredes están forradas de afiches en blanco y negro. Además hay una gigantografía en la cual se lee “somos la raza de la justicia que mata”, recortes de periódico en una cartelera – la mayoría referente a la coyuntura política del país – y un mapa de Quito. “Donde ves señales es donde hemos actuado”. Las señales eran cruces hechas con esferos de varios colores, repartidas por su superficie.

Frente al mapa hay un estante lleno de libros sobre historia universal, análisis sobre las guerras de la humanidad, dos o tres sobre el nazismo, un par de clásicos de literatura: El Conde de Montecristo, A Clockwise Orange, Justine....el resto son libros que tratan sobre la filosofía de los Skin. Tratados, filósofos que los inspiran y explicaciones del por qué con respecto a las acciones que han realizado. “La mayoría los saqué de internet y los imprimí. Otros los he comprado a amigos. Aquí está lo que en verdad somos”.

¿Pero qué son? “Somos Skins. Somos gente que sabemos actuar, no hablar. Dicen que la violencia es mala. Yo digo que el conformismo es peor. Hacemos lo que todos temen hacer: justicia”. Su mirada se fusiona entre la rabia y el orgullo. Miguel entra en la habitación. Son las 12 y 30 de la mañana del penúltimo miércoles de julio. “Este es el que me enseñó todo lo que sé. Él me hizo ser lo que tenía que ser: un justo”. Señala a Juan Pablo y ambos ríen, cómplices.

Hay una tela colgada en su clóset. “Ese lo hicimos nosotros, hace unos tres años”, dice Miguel. Mide tres por dos metros. La tela es negra y en el centro, con letras blancas y junto al dibujo de una pistola, se lee “Si quieres vivir bien, haz algo al respecto”.

“Nuestra existencia le preocupa al Gobierno, a la sociedad. Pero aún no entienden que no queremos popularidad, ni fama. Solo queremos lo que todos quieren: caminar tranquilos a la hora que sea, en el lugar que sea”. Miguel lo dice mientras mira la tela colgada. Entonces se acerca y la acaricia. “Esto es lo que hacemos y esto es lo que queremos. No puede estar más claro”.

Afirma que saben que los Skinheads son mal vistos. Ante los ojos de todos son considerados solo violencia y descontrol. Juan Pablo dice que muchos toman su nombre para sentirse rebeldes, para aplastar. “Los Skinheads no somos una moda, ni una rebeldía barata. Somos gente que tenemos un motivo, que hacemos algo frente a los que atacan. Somos un signo de pregunta que responde”.

Juan Pablo regresa a ver a Miguel. “Por eso nos mantenemos en la clandestinidad”, sigue Miguel, “los derechos humanos saltan en nuestra contra llamándonos abusivos pero ¿dónde estaban mientras un ladrón disparaba a un hombre que no quiso darle su auto? Esta no es una guerra de pandillas. Es una solución ante tantos vagos y cómodos que no dejan a mi ciudad vivir tranquila”. Miguel se apasiona, levanta la voz y sus ojos se vuelven amenazantes. Juan Pablo lo mira y asiente con su cabeza.

Los Skinheads en Quito
Juan Pablo explica que ellos no creen en la limpieza racial, no en un país multiétnico como el Ecuador. “Nada tenemos que ver con los que atacaron a la locutora de radio Luna – Cora Cadena – hace tres años. Tampoco tenemos nada ni a favor ni en contra del grupo Quituraymi – quienes luchan por la igualdad entre las tribus urbanas en el país. No somos, como otros, los perros de lucha del GAO (Grupo de Apoyo Operacional de la Policía Nacional). Solo somos ciudadanos ejerciendo lo que el Estado no hace: el derecho a sentirnos tranquilos, a defendernos de las plagas sociales. El resto es pura política y en eso no estamos interesados”.

Existen, desde el 2005, cerca de 23 denuncias particulares contra la violencia de estos grupos nacionalistas de ultraderecha. A éstas se suman diversas denuncias realizadas por organismos como la CONAIE, el Consejo Nacional de Niñez y Adolescencia, el Municipio Metropolitano de Quito y la Fundación QuituRaymi.

Andrés Vera, documentalista ecuatoriano, señala en su investigación sobre los Skinheads – realizada en marzo del 2007 – que son 7 las ciudades donde estos grupos se hacen presentes: Guayaquil (200 miembros), Quito (entre 50 y 70 miembros), Cuenca, Atuntaqui, Otavalo, Riobamba y Ambato. En total, suman cerca de 450 miembros del movimiento Skinhead en el país.

En Quito, y de acuerdo a una investigación realizada por el canal TC Televisión, los barrios de San Carlos, la Kennedy y el Norte de la Mariscal son las zonas controladas por los “cabezas rapadas”.

¿Quiénes son los Skinheads?
Los Skinheads nacen a mediados de la décado de los 60 como respuesta del proletariado contra el abuso laboral. Posteriormente, en 1969, los jóvenes se unen a estos grupos de resistencia como una respuesta contra la opulencia y lo que los grupos Skinhead llamaron una “falsa conciencia”. Esta “falsa conciencia” estaba simbolizada en el movimiento hippie. Pero los Skinheads creían que no bastaba con protestar contra la guerra, había que actuar contra las injusticias. Lo Skinheads como tales, se dividieron en tres grandes ramas de acuerdo al objetivo final de sus luchas: los Neonazis (divididos entre las brigadas de limpieza racial que creen en la supremacía de la raza aria y los grupos que luchan contra las amenazas y debilidades sociales: prostitutas, drogadictos, mendigos, gays, delincuentes), los Rash (luchan contra el sistema capitalista para defender la ideología comunista) y los Lemonheads (utilizan la música como el arma para concientizar a las masas). Los tres comparten no solo su nacimiento, sino también su meta final: cambiar la sociedad, corrompida por el sistema actual.

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