miércoles, 4 de agosto de 2010

Edilma Caipe tiene nostalgia por Samuel

Por Catherine Cruz

“Hago artesanías desde hace un año y me llamo Edilma Caipe”. Es lo primero que dice. La gente pasa y la ve. “Esos adornos para celular cuestan un dólar, y esas pulseras cuestan dos”. Ella vende sus artesanías sobre la acera derecha de la avenida Atahualpa, cerca de la Universidad Técnica Equinoccial (UTE), en el norte de la capital.

A veces lo hace sola, y otras en compañía de su hija o de un amigo muy cercano. Sus productos están expuestos en la calle sobre una tela negra de dos metros por uno. Cada día los saca y los mete en su mochila café. “Eso es lo más molestoso, todos los días es lo mismo”. Tiene 37 años y vive en Quito desde hace diez. Es colombiana de nacimiento, pero no tiene acento.

Tiene visa de refugiada, al igual que otras 45.000 personas en el Ecuador, como asegura del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Edilma la tramitó recién hace un año. Es pequeña de estatura, tiene cabello corto, sus ojos son redondos y expresivos, y sus manos chicas, muy hábiles. Usa una gorra deportiva, una cadena con un dije de calavera hecha de alambre, varios anillos en sus dedos y suecos negros. Nunca se separa de su canguro color beige.

Edilma dice que gana entre 120 y 200 dólares al mes. Casi la mitad de sus ganancias son destinadas a la compra de materiales para la fabricación de sus artesanías. El arriendo de su casa cuesta 60 dólares e incluye el pago de la luz y el agua. Lo que sobra, lo destina a la comida diaria y las necesidades suyas y de sus hijos. Edilma ha viajado por el país con su mochila llena de aretes, pulseras, adornos para celulares, anillos y llaveros de pepa de tagua, además de pequeñas motos, bicicletas, escorpiones, arañas y árboles, todos ellos fabricados con alambre.

Los autos pasan y el tiempo también. Son las 10h00 de la mañana del penúltimo jueves de julio y está tejiendo una más de sus coloridas pulseras. El smog de los carros que se parquean en la calle de ese lado, sea para ir al local del Banco del Pacífico o para dirigirse a la universidad, molesta a Edilma y los transeúntes que se ponen en cuclillas para ver sus productos. El sol por el momento no es un problema, Edilma encontró un pequeño árbol cuya sombra la protege de sus rayos, y junto a él se sienta todos los días de 9h00 a 1h30.Con cada recuerdo sonríe. Su mirada expresa tranquilidad. “Tengo dos hijos; Leslie Valeria y Luis David.” Leslie Valeria tiene 12 años y Luis David tiene 14. “Ella quiere ser doctora, ojalá mi Diosito la ayude”.

Viven en San Antonio, cerca del monumento a la Mitad del Mundo, ubicado al norte de la cuidad de Quito. Su casa tiene una habitación donde hay una cama matrimonial y dos literas. También hay otra habitación amplia donde funciona la cocina. El baño lo comparte con la familia de su hermano Jimmy. Tiene una mesa de plástico cubierta con un mantel blanco y cuatro individuales. Para cocinar sus alimentos utiliza una cocineta blanca de cuatro hornillas. “Sólo compro lo que necesito, si es azúcar compro azúcar, y así.”

En Colombia, Edilma tenía un trabajo fijo y estable. Era dueña de una pequeña tienda de las tantas que había en el sector donde vivía. Era un pueblo llamado Elencano, en Pasto. A dos horas de Ipiales. Elencano es parte del departamento de Nariño. Tiene una laguna y es un lugar turístico. “A veces había mucho trabajo, pero no siempre era así”, comenta mientras muestra las fotos de Elencano.

En Elencano, toda su familia estaba con ella; sus padres, sus hermanos y hermanas. Ahora en Quito, han vuelto a reunirse. Comenzaron a llegar desde hace un año. Ahora, viven todos más cerca.

Cuando su madre y su padre llegaron, recibieron ayuda del ACNUR. Esperanza Miramag, su madre, recibió tres colchonetas, cobijas, toallas, implementos de aseo personal y una cocineta.
En Colombia, Edilma estuvo casada. “Era un borracho. Se llama Miller Quispe”. Con él tuvo dos hijos. Un día su esposo le robó el dinero que ella tenía en la tienda, así que Edilma decidió mandarlo de su casa y mantener a sus hijos. “Llegaba borracho pero nunca me pudo pegar, yo salía corriendo. Él sólo me insultaba”.

Además de atender en la tienda empezó a trabajar en un restaurante en Pasto. Salía por la mañana y regresaba a casa por la noche. Sus hijos se quedaban con su mamá. Pero el restaurante cerró. “Estaba muy endeudada”.

Un día, las FARC llegaron a Elencano. “Mi pueblo era sano. Yo salí por sus amenazas. Ellos solían insultar a las personas del lugar. Nos preguntaban qué pensábamos de la guerrilla o de los militares. Uno tenía que saber qué les iba a responder”. Recuerda que los guerrilleros salían por las noches, y era ahí cuando vestían sus trajes de tela camuflaje. “Usaban una pañoleta roja en el brazo derecho.”

Al mismo tiempo, se instalaron en el pueblo bases militares. Los guerrilleros prohibieron a Edilma y a otros dueños de las tiendas que vendieran sus productos a los militares. Ella no se amedrentó y desobedeció las órdenes de los guerrilleros. Edilma contaba con el apoyo y la protección de los militares. “Por eso la guerrilla no nos molestaba. En la noche los militares hacían guardia en la puerta de nuestra casa.”

Pero no pasó mucho tiempo hasta que los guerrilleros le enviaron una carta con una lista de nombres. La carta fue el tercer aviso enviado por las FARC a la junta parroquial del pueblo para obligar a los ciudadanos a que dejaran de brindar servicios a los militares. En esta forzaban a los ciudadanos a que se presentaran frente a esta organización. La carta fue justificada como una "carta por desobediencia".

“A la tercera advertencia la gente sería asesinada. Así que la carta era una advertencia de muerte”, afirma.

Ella y su familia vivieron de cerca la muerte. Hubo tres asesinatos. Uno fue el del suegro de su primo, Victoriano Piscal. Otro fue el cometido contra el secretario del corregimiento, Hugo Vallejo. Y el tercero fue contra el gobernador del cabildo, Segundo Benavides, quien murió de tres balazos por no obedecer a la guerrilla.

Una vecina en Colombia le avisó a Edilma que un restaurante en Ecuador necesitaba de una mesera. Ella viajó al Ecuador en el 2000 y llegó al restaurante "Paraíso del pescador", ubicado en la carretera que une a Mindo con Quito. Edilma siempre se dedicó a este oficio. Cuando llegó, Edilma dice que no tenía absolutamente nada a excepción de la ropa que traía. “Ahí me dieron la comida y el hospedaje”.

Luego de trabajar como mesera en otro restaurante, esta vez de Mindo, decidió regresar a su país. Para el momento, había permanecido en el Ecuador por ocho meses. Ella sentía que no podía dejar a sus hijos solos en su país. Allá en Colombia, se quedó por un mes, el tiempo de vacaciones que le daba su trabajo.

No obstante, regresó sola al Ecuador, sin sus hijos. Ellos se quedaron otra vez con su abuela. Seis años más tarde, únicamente su pequeña hija, Leslie Valeria, pudo venir a Quito y acompañar a su madre. En ese momento Luis David no quiso hacerlo. “Para él fue muy duro dejar sus amigos, sus amigas y comenzar todo de cero.” Su hijo vive con ella desde hace un año. Trabaja en la misma carpintería donde trabaja su tío Jimmy. Estudiará el siguiente año escolar.

Su relación no es muy cercana. Ella no sabe cómo tratarlo. “Imagínese, no le he visto en tanto tiempo. No sé qué le gusta. Él no quiere quedarse aquí, se quiere ir, y me contaron que allá tiene una novia”.

En Ecuador, Edilma conoció en un bus al ecuatoriano Samuel Morocho. Leslie Valeria fue reconocida por Samuel hace tres años y lleva su apellido. Según Edilma, Samuel la ha tratado como su propia hija. Cuenta que él asume los gastos que genera Leslie Valeria, asiste a las reuniones de padres de familia que se organizan en su escuela, la consiente y mima.

Samuel estudia periodismo en la Universidad Central. Le falta un año para graduarse y es cristiano. Fue él quien le enseñó a Edilma a realizar artesanías y amar lo que hace.

Samuel y Edilma eran pareja. Su relación terminó porque una ex novia de Samuel regresó de España hace un mes. “Tal parece que Samuel piensa que podría darse otra oportunidad con esta mujer. Han pasado quince días. No me contesta las llamadas ni responde los mensajes”.

La madre de Samuel, Martha, a la que Edilma llama la abuela de su hija, recibe a Leslie Valeria durante las vacaciones.

Antes, los tres juntos solían salir a pasear, como una familia. Ahora, Edilma está preocupada y triste porque no sabe qué va a pasar con su hija. No quiere que pierda un padre dos veces. Dice que siente celos pero afirma que indudablemente le preocupa mucho más su hija.

“Él me cambió la vida. Me enseñó muchas cosas. Mi familia toma mucho, él me enseñó que ese no es un buen ejemplo para los hijos. No somos los culpables de lo que hacemos. Son nuestros padres quienes nos hacen lo que somos y nos dan el ejemplo. Yo quiero que mis hijos tengan un buen ejemplo, una bonita vida, que no crezcan con traumas o resentimiento”.

Edilma considera que Samuel ha marcado una diferencia en la manera en cómo ella ve ahora la vida. Sobre su tela negra se exponen árboles hechos con alambre de cobre. Con este material Samuel hizo motos y bicicletas. Mientras conversa muestra cómo se mueven las llantas de los juguetes. “Bueno si se va con ella, sólo espero que me enseñe a hacer las bicicletas y las motos, porque los árboles ya sé”, comenta riéndose.

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