miércoles, 4 de agosto de 2010

El hombre que se convirtió en su propio jefe

María José Vargas

“Cuando tengo ganas de ir al baño debo caminar 10 minutos hasta llegar al parque La Carolina. Durante ese tiempo me toca abandonar el puesto y muchas veces pierdo dinero”, dice Lucio Cárdenas, cuidador de carros en la avenida República del Salvador.

En esta calle existen otras 10 personas que cuidan autos. Él es el más antiguo. Trabaja desde hace 14 años en este lugar donde hay edificios que tienen más de 14 pisos y los ejecutivos caminan de un lado a otro con BlackBerry y laptop en mano.

Hace una década la avenida era residencial. Estaba poblada de casas y había tres o cuatro edificios de oficinas. Ahora solo quedan cuatro casas en toda la cuadra. Se convirtió en una zona comercial.

Cárdenas tiene 72 años y nació en Loja. Salió de su ciudad en los años 70. “La sequía que duró 20 años nos dejó sin nada que comer. Nos moríamos de hambre”. Por eso, migró a Guayaquil en busca de dinero para su familia. Permaneció allí durante nueve meses. “No me acostumbré por el peligro y el calor de la ciudad”.

Llegó a Quito en 1972 y trabajó en una lubricadora, ubicada en la calle Mariana de Jesús, durante 10 años. Lavaba carros, cambiaba aceites, filtros y hacía mantenimiento de autos. Su esposa Pastora Girón Herrera y sus cuatro hijos: Víctor Hugo, José Rubén, Fidelicia y María Elena llegaron a la capital después de tres años de que Cárdenas migró.

Después viajó al Oriente, cuando tenía 42 años. Allí trabajó seis años sembrando café. Se cansó y regresó a la capital. Ahora cuida carros y eligió la República del Salvador, “porque no había quién cuide los autos”, dice Cárdenas.

El primer día de trabajo se sintió liberado por no tener un jefe. “Yo elegí el lugar, el horario y las condiciones en las que quería trabajar”, comenta Cárdenas.

Cárdenas viste pantalón de tela color gris que están manchado por la tierra. En la avenida República del Salvador se edifican construcciones. El viento levanta el polvo. Además, se cubre con sacos de lana de colores oscuros y una gorra que le tapa del sol y la lluvia.

Todos los días, antes de ir al trabajo, su esposa Pastora le prepara arroz con verde y huevo en el desayuno. Se despierta a las 05:00 y sale de su casa una hora después. Su vivienda está ubicada en el barrio La Lucha de Los Pobres, en el sur Oriente de Quito. Es una de las zonas más pobres de la ciudad. Las calles son de tierra, hay terrenos botados que están llenos de basura, perros callejeros y las casas están a medio terminar. Casi todas están sin pintar.

Al entrar a su cuarto, la refrigeradora impide que la puerta se abra completamente. Allí hay una mesa para cinco personas ubicada junto a la pared, al frente está la cocina, seguida del lavabo y un pequeño mesón de baldosa. Las ollas y utensilios de cocina están a la vista. Las cortinas de tela están sostenidas por un alambre que está atrancado con la puerta. Una cortina es la puerta del dormitorio donde está la cama y un aparador con cajones que no se pueden cerrar por el uso y por la cantidad de cosas que hay adentro. Al salir le da un beso a su esposa quien, sentada en una silla de madera, con las patas apolilladas y casi despegadas, se apoya en la mesa y saca una pastilla de un frasco de Calcibon.

“Es triste verle a mi esposo trabajar tanto y ganar tan poco. Por lo menos me trae unos pocos dolaritos para comprar huevos, verde y a veces un poco de carne”, dice Pastora. El único dinero que reciben es por el trabajo de Cárdenas. Su esposa nunca fue afiliada por lo que no recibe ni jubilación ni el Bono de Desarrollo Humano. “Deja USD 4 para comprar algo, a veces no logra reunir eso en el día y nos quedamos sin comer”, afirma.

Además de trabajar recibe mensualmente USD 20 porque arrienda un cuarto. Cárdenas no recibe el bono de desarrollo humano “ni recibiré la jubilación porque nunca fui afiliado al Seguro Social. Espero que cuando deje de trabajar, mis hijos me puedan dar para la comida, pero trabajaré hasta que ya no pueda más”, afirma.

Llega todos los días a las 07:15 a la Avenida República del Salvador y recoge sus cosas del edificio Rosanía. Un balde color blanco y una tabla de madera le sirve como asiento. La vereda en la que se ubica está llena de piedras, arena y raíces de los árboles que aparecen entre la tierra. Esto dificulta para Cárdenas pueda colocar su balde.

‘Don Lucio’, como le dicen sus conocidos, también tiene un pito negro. Lo usa para guiar a los choferes a que se estacionen en la avenida. Mientras se cubre del sol observa que un carro gris va a salir, él corre mientras pita para que el conductor no se vaya sin antes recibir unas monedas.

“El señor es muy amable, dejo que cuide mi carro porque trabajo por aquí. Nunca me ha dicho cuánto desea que le pague. No dice la tarifa, él recibe lo que le dé la gente”, dice Bolívar Granda. También, Juan José Paz y Miño, visita a su compañera de universidad en el edificio Rosanía y afirma que Don Lucio es muy amable. “Me abre la puerta del carro. Nunca he tenido problema con dejarle aquí y por eso le pago un dólar cada vez que vengo”.

“Por carro recibo entre 0.20 ctvs. a 0.25 centavos de dólar, muy rara es la persona que me deje 0.50 centavos de dólar o 1 dólar”. En la tarde gano más dinero que en la mañana”. A diario reúne USD 6.00. Compra almuerzos que valen 1,50 dólares, “pero no siempre alcanzo a reunir eso en la mañana por lo que muchas veces me quedo sin comer”, cometa Cárdenas.

Corre con dificultad. Desde hace tres años tiene problemas con su rodilla, cree que el hueso está desgastado. Su rodilla tiene una mancha verde, cuenta que en la tarde el dolor es intenso y casi no puede asentar el pie, por lo que le toca arrastrar. Los doctores no le especifican qué tiene y solo toma pastillas cuando siente mucho dolor. Por las 20 pastillas paga USD 3.00.

Desde los primeros días de agosto el Municipio cobrará por los estacionamientos. Señala que con esta disposición le permitirá obtener el carnet para poder cobrar la tarifa impuesta: 0.40 la hora. “Espero que las cosas cambien y la gente pague por el servicio que se le da. Además evitaré peleas con los conductores que no quieren pagar. Ahora seré un empleado del Municipio y espero que las cosas cambien”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario